Él puso sus manos en mi vientre y sonrió mientras yo dejaba que mi imaginación volara, tan alto que dolía. Me abrazó, la plenitud estaba ahí.
En el mar de sus brazos podía respirar; era agua, magia y aire. Y yo era parte de él.
Traté de ser suave, de conjugar mis risas con las frases que se mordían dentro de mi boca, traté de hacerme pequeña y meterme en su alma; y hacerla mía.
Guardé cada palabra, cada gesto y todo su aroma en mi piel, los protegí con llaves y guerreros, los cuidé, los atendí. Los puse en un altar y los hice mi diaria medicina. Y enloquecí un poco menos cada vez.
Él puso sus labios en mi pecho y yo temblaba aguantando el llanto, tanto que dolía. Me miró, la gloria estaba ahí. Inmenso e inacabable, piadoso regando mis desiertos, haciéndome parte de él.
Traté de ser dulce, de alinear mis latidos para que no me delaten, traté de dejarme abandonada entre sus dientes.
Tuve miedo y mi miedo lo hizo huir, mis guerreros se tornaron hirientes contra mi, los altares cayeron por mis ojos y las llaves me rasgaron la piel y la locura encontró su medicina en el olvido.
Él dejó su sello en mi cuerpo y yo me aferro cautelosa al riesgo de dejar que todo pase.
Te regalaría tantas cosas; todas las letras, todas las noches
todo lo que daría por decirte de cerca, al oído
"Feliz día, corazón" y salir corriendo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario